Y qué decir de un sábado lluvioso de aguacero tropical y calor costeño en el que lo único que hice fué yacer ora en la cama ora en el sofá, llegar a mi cuarto con esos dos pendejos a ducharme, yacer un poco más en mi cama, regresar a casa la Dania a seguir yaciendo y perezándome en compañía.
Como niña buena, a las 7 de la noche ya me encontraba en la cama bajo la incesante lluvia que repica en el tejado de zinc, con el aire fresco que se filtra entre las maderas mal encajadas de las paredes de madera, y entrelazada en un cuerpo tíbio con olor de ella.
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